Se me había pasado escribir del último día.
Fue una noche complicada pero más leve de lo que había pensado. Mi mamá llevó una manta a un rincón con su cojín del cuello y se durmió. Un problema menos, pensé.
Me acomodé en una silla y traté de dormir. La verdad no descansé, pero se me pasó rápido el tiempo, mis hermanas también se acomodaron y sin problemas nos tomó la mañana.
Con tiempo desayunamos, revisamos la puerta donde iba a salir el nuevo vuelo, nos desplazamos y finalmente subimos al avión. Por fin íbamos a casa.
Llegando a Querétaro, la principal preocupación era pasar por aduana, por todo lo que traíamos de compras y regalos. Pasamos, llenamos un formato, nos revisaron papeles, nos quitaron una orquídea que mi primo le regaló el miércoles a mi mamá, presionamos el botón, y luz verde. Pasamos.
Saliendo a la sala, caímos en cuenta que olvidamos recoger las maletas de la banda. Nos preocupamos tanto por la aduana que dejamos lo demás. No podíamos regresar, así que fue una lata ir a la aerolínea para pedir las maletas y esperar.
Un rato después, una revisión adicional (que nos pudimos haber ahorrado con la luz verde si hubiéramos recogido en tiempo las maletas), y ya estábamos enfilando a casa de mi hermana.
Recogimos las camionetas, fuimos a comer, y me dejaron en mi casa.
Finalmente ya estaba de regreso de esta odisea. No me quejo en lo absoluto, pero pareciera que al final me estaba enfocando en lo malo o lo complicado que en todo lo vivido en días pasados.
Cansado, desempaqué, me bañé y me puse a descansar.
Un viaje de mucho aprendizaje en términos de cómo moverse en el aeropuerto, el inglés... y pues la convivencia familiar.
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